H2 Aboy
2025
Grupo 8
H2 Aboy
2025
Aldana Nicole Perez Bozzo
Samanta Solis
Luz Rocio Berdun
Lourdes Jacqueline Sosa Guerra
Blas Mazza
TP 4: REVOLUCIÓN VERTICAL
¨Del surgimiento del rascacielos en Chicago a su consolidación como ícono del progreso social y económico¨
El Gran Incendio de 1871 (Img 1) destruyó el centro de Chicago y obligó a pensar la ciudad desde cero. En ese vacío inesperado, la reconstrucción no fue simplemente una tarea técnica, sino una oportunidad para definir una nueva imagen urbana (Img 2). La ciudad, atravesada por el crecimiento industrial, la concentración del capital y la presión por el uso rentable del suelo, comenzó a levantarse hacia arriba. La densificación vertical surgió como respuesta a la escasez de terrenos céntricos y al aumento de la demanda, y se convirtió en el punto de partida para una transformación profunda del paisaje urbano. Leslie (2013) “los financieros exigían pisos eficientes y alquilables apilados a las mayores alturas posibles” (p. 3) la altura no era solo una elección arquitectónica, sino una consecuencia directa de la lógica económica de la ciudad.
Sin embargo, la construcción en altura no solo modificó la estructura de los edificios, sino también la forma en que Chicago se veía y se habitaba. La ciudad adoptó un nuevo horizonte visual, donde el rascacielos empezó a operar como símbolo de progreso, poder y modernidad. Con el tiempo, esa modernidad también incorporó la posibilidad de descartar lo existente para reemplazarlo por algo más rentable. Abramson (2016), “el intenso compromiso de Chicago con la obsolescencia reflejaba su dinámica económica capitalista desenfrenada” (p. 6). La modernidad no solo construía, también demolía.
Este trabajo analiza cómo estas transformaciones económicas, técnicas y culturales se manifestaron en tres edificios clave. El Monadnock Building (1891, Burnham & Root) (Img 3) muestra la transición entre la lógica muraria tradicional y la necesidad de ganar altura bajo presión inmobiliaria. El Garrick Theater Building (1891, Adler & Sullivan) (Img 4), demolido en 1961 para construir un estacionamiento, evidencia cómo la obsolescencia se volvió parte del ciclo urbano. Finalmente, la Tribune Tower (1925, Howells & Hood)
(Img 5) expresa la consolidación del rascacielos como símbolo, donde la altura ya no es solo negocio o técnica, sino representación cultural y visual de identidad urbana.
A través de estos casos, se busca comprender cómo el rascacielos emergió como forma arquitectónica y como signo de la modernidad, en una ciudad que aprendió a construirse a sí misma.

(Img 1) El incendio de Chicago de 1871 y la 'Gran Reconstrucción'

(Img 2)El fuego creó una pizarra en blanco sobre la que Chicago fue reconstruida rápidamente. Esa pizarra en blanco le permitió convertirse en una ciudad dinámica de arquitectura innovadora con un horizonte fresco salpicado de un nuevo edificio llamado rascacielos.



(Img 3)Monadnock Building, ubicado en Chicago, Illinois -Primera parte completada en 1891, ampliación suren 1893
(Img 4)Theater Building, ubicado en Chicago, Illinois 1891
(Img 5 )Tribune Tower , chicago Illinois 1925
NECESIDAD, NEGOCIO Y TÉCNICA : La reconstrucción como oportunidad comercial
En la Chicago de fines del siglo XIX, la especulación sobre el suelo se convirtió en el motor de la construcción en altura. La ciudad todavía llevaba la marca del incendio de 1871, que había destruido buena parte de su centro. La urgencia por volver a funcionar no fue solo económica, también implicó imaginar un nuevo tipo de ciudad. El paisaje urbano, antes dominado por edificaciones bajas y horizontales, comenzó a transformarse en un espacio donde cada edificio buscaba destacarse, ocupando el aire que antes no se consideraba parte del suelo disponible.
La escasez de terrenos céntricos (Img 6) y el aumento de la demanda elevaron el valor de la tierra, lo que impulsó a los desarrolladores a construir hacia arriba. Leslie (2013) “hacia 1882, la prensa local informó que se había vuelto necesario para los desarrolladores ‘incrementar materialmente el número de pisos’ disponibles a fin de maximizar el retorno sobre los costos de suelo excepcionalmente altos” (p. 2). La altura fue una respuesta práctica a la presión inmobiliaria, pero también introdujo una nueva forma de mirar la ciudad, una mirada dirigida hacia el cielo.
El crecimiento vertical (Img 7) se tradujo en una arquitectura basada en la repetición. Piso sobre piso, unidad sobre unidad, los edificios se diseñaban para alojar actividad antes que para producir expresión visual. Podríamos llamarla arquitectura de necesidad, porque la prioridad no era la fachada sino el rendimiento. Abramson (2016), “el intenso compromiso de Chicago con la obsolescencia reflejaba su dinámica económica capitalista desenfrenada, donde los negocios marcaban el ritmo del rápido cambio en el entorno construido” (p. 6). La economía comenzó a dictar la forma, y la forma empezó a volverse representación directa de la economía.



(Img 5 ) Ciudad de Chicago, aproximadamente entre 1880 y 1900
(Img 6 )Vista del centro de Chicago entre 1880-90, con densificación de parcelas y edificio tras edificio, que ilustra la presión por el suelo céntrico
(Img 7)construcción (estructura de acero) Piso tras piso para mayor capacidad
El Monadnock Building (1891, Burnham & Root) (Img 8) expone esa transición. Construido aún con muros portantes, su base alcanza casi dos metros de espesor, reduciendo el espacio rentable pero respondiendo a los límites técnicos de la época. Su volumen compacto, sin ornamentación y completamente uniforme, hizo visible un cambio cultural, la arquitectura ya no buscaba transmitir imágenes simbólicas tradicionales, sino eficiencia. Su imagen maciza y continua mostraba la ciudad que Chicago estaba construyendo, una ciudad que se reconocía en la repetición y la fuerza de sus volúmenes.
Con la aparición de estos primeros rascacielos, Chicago configuró una identidad visual distinta. El horizonte vertical comenzó a definir la percepción colectiva del progreso. La ciudad se entendió a sí misma como un organismo en crecimiento, y ese crecimiento se medía hacia arriba. La arquitectura se convirtió en un paisaje compartido, donde la homogeneidad y la altura eran señales culturales antes que gestos aislados de diseño. Se volvió herramienta económica, pero también lenguaje urbano, capaz de transformar la relación de los habitantes con su entorno.

(Img 8)Monadnock, Chicago
El edificio marca el límite del modelo murario para rascacielos y evidencia cómo la demanda de maximizar superficie rentable chocaba con los límites técnicos del sistema.
CONSTRUIR, REEMPLAZAR Y REPETIR: El ciclo moderno de la arquitectura efímera
Si el Monadnock Building mostraba los límites de una técnica llevada al extremo por la presión inmobiliaria, el paso siguiente en Chicago fue aceptar que los edificios tenían un tiempo de vida útil cada vez más corto. La ciudad aprendió a demoler y construir con rapidez, reemplazando lo que ya no resultaba rentable. Esta velocidad no solo transformó la economía, sino también la percepción visual y cultural de la ciudad.(Img 9)
Abramson (2016) “el intenso compromiso de Chicago con la obsolescencia reflejaba su dinámica económica capitalista desenfrenada, donde los negocios marcaban el ritmo del rápido cambio en el entorno construido” (p. 6). Bajo esta lógica, incluso edificios técnicamente sólidos o valorados por su diseño eran demolidos a los pocos años. No se trataba de conservar, sino de actualizar.
Esto generó una nueva forma de mirar la ciudad, Chicago se convirtió en un paisaje en permanente transformación. Era posible que una cuadra cambiara en cuestión de meses. Un edificio podía estar presente un año y desaparecer al siguiente. La experiencia urbana dejó de apoyarse en la memoria y pasó a sostenerse en la novedad. Culturalmente, la ciudad aprendió a naturalizar la pérdida.
El concepto de obsolescencia arquitectónica se consolidó como instrumento de desarrollo urbano. Abramson (2016) “fue el concepto de obsolescencia lo que los urbanizadores blandieron como un arma para rehacer los centros urbanos” (p. 5). La demolición se volvió parte del ciclo productivo, un mecanismo para asegurar actualización constante.
En ese proceso, también cambió la estética de los edificios. Ya no eran simplemente volúmenes rectos y repetitivos. A medida que avanzaba la técnica de esqueleto metálico, las fachadas comenzaron a diferenciar los pisos, a marcar ritmos y proporciones. Los niveles superiores empezaron a retraerse o culminar en remates. Los rascacielos se transformaron en elementos, capaces de distinguirse unos de otros dentro del perfil urbano. Pero esa expresividad no garantizaba permanencia, incluso los edificios más singulares podían desaparecer cuando la renta lo exigía.
Frampton (1981) “La arquitectura del mundo moderno puede ser considerada como la contrapartida simbólica del cambio ideológico y filosófico. Las ideas crearon edificios, y las ideas los destruyeron” (p. 7).
La arquitectura moderna no era únicamente técnica, estaba sostenida por valores y expectativas que definían qué debía mantenerse y qué podía ser descartado. En Chicago, la idea de progreso continuo convirtió a los rascacielos en objetos culturales de alto impacto visual, pero también en elementos transitorios.
El Garrick Theater Building (1891, Adler & Sullivan) (Img 11)lo ejemplifica con claridad. Su fachada ornamentada, sus medallones y su composición equilibrada mostraban una intención artística. Sin embargo, en 1961 fue demolido para construir un estacionamiento. La decisión reveló que, en la lógica urbana dominante, la identidad arquitectónica podía ceder ante la rentabilidad del suelo. La ciudad perdió una obra con un lenguaje visual único y la reemplazó por vacío funcional.
Chicago, en ese momento, se convirtió en una ciudad cuya imagen estaba siempre en movimiento. El paisaje urbano se definía más por lo que cambiaba que por lo que permanecía. La modernidad prometía estabilidad a través de la técnica, pero terminó produciendo una cultura basada en la temporalidad, la sustitución constante y la fragilidad de la memoria. En esa tensión, entre permanencia y reemplazo, entre singularidad y repetición, entre identidad y mercado, se configuró la esencia efímera de la ciudad moderna.

(Img 9)El arquitecto estadounidense Andrew Nicholas Rebori y sus colegas examinan la estructura del edificio de Home Insurance durante su demolición en 1931



(Img 10)Home Insurance se construyó con una estructura de acero en 1885, después de que el Gran Incendio de Chicago destruyera parte de la ciudad, mayoritariamente de madera, en 1871

(Img 11) Las ventanas, puertas, molduras, accesorios interiores y tuberías se retiraron cuidadosamente; los vanos de las ventanas se tapiaron y las tablas del suelo se retiraron y conservaron como madera de segunda mano
(Img 12)La demolición permitió a los observadores contemplar la estructura de acero
CONSOLIDAR, DENSIFICAR y REPRESENTAR: La verticalidad como emblema social y económico
A comienzos del siglo XX, la construcción en altura dejó de responder únicamente a una necesidad técnica o económica y comenzó a consolidarse como un lenguaje cultural del progreso. Chicago, que había renacido de las ruinas del incendio de 1871, se transformó en un escenario donde la arquitectura se convirtió en símbolo de modernidad y de una nueva manera de habitar la ciudad. Los rascacielos dejaron de ser simples viviendas apiladas y comenzaron a construir una identidad visual propia: sus fachadas, proporciones y alturas expresaban la ambición colectiva de una sociedad que encontraba en la verticalidad la manifestación visible de su poder. Leslie (2013) señala que “a comienzos del siglo XX, la altura se había convertido en algo más que una cuestión de eficiencia; era un emblema cultural, un signo de modernidad corporativa y de poder” (p. 144).
Las nuevas torres, con sus estructuras metálicas y envolventes vidriadas, se integraban al paisaje urbano como símbolos del progreso, visibles desde cualquier punto del horizonte. El skyline de Chicago pasó a ser no solo una composición de volúmenes, sino la imagen colectiva de una metrópolis que crecía hacia el cielo (Img 13). Como explica Frampton (1981), la arquitectura moderna actuó como “contrapartida simbólica del cambio ideológico y filosófico”, materializando en la ciudad los valores de su tiempo (p. 23). En este sentido, el rascacielos no solo reorganizó la trama física, sino también el imaginario urbano, transformando la manera en que los ciudadanos percibían el espacio y la modernidad.
El Gillender Building (1897, Charles I. Berg y Edward H. Clark) (Img 14) constituye un ejemplo clave de este cambio cultural. Aunque se ubicaba en Nueva York, su lógica respondía a la misma dinámica que definía a Chicago, un edificio concebido como ícono antes que como vivienda. Su demolición, apenas catorce años después de construido, evidenció la rapidez con que la modernidad devoraba sus propias obras en nombre del progreso. Abramson (2017) lo menciona como un caso paradigmático: “el edificio Gillender había alcanzado el límite de su vida comercial [...] ya no podía generar un retorno adecuado sobre el terreno en el que se encontraba”(p. 2). El valor de la arquitectura dejó de medirse por su permanencia y pasó a definirse por su capacidad de reflejar el dinamismo económico de su tiempo. Aun en su fugacidad, el Gillender expresaba un lenguaje urbano distinto: sus líneas verticales, su ligereza estructural y su uso del vidrio lo convertían en un prototipo de arquitectura identitaria, propia de una cultura que veía en la altura la forma física de la modernidad.
La Tribune Tower (1925, Howells & Hood) retomó y amplificó ese principio, consolidando la imagen de Chicago como metrópolis moderna y culturalmente consciente de sí misma. Su fachada neogótica reinterpretaba la tradición en clave contemporánea: el pasado se convertía en ornamento de un edificio que ya no era solo funcional, sino discursivo. Frampton (1981) describe este fenómeno como una “escenografía urbana”, donde la arquitectura deja de ser un mero objeto técnico y pasa a ser portadora de significados ideológicos (p.24). Cada torre era, en este sentido, una declaración de identidad colectiva, una forma de representar en piedra, acero y vidrio el espíritu de una ciudad que se concebía como vanguardia del progreso.
El nuevo horizonte urbano, poblado de torres, expresaba una confianza ilimitada en la capacidad humana de dominar la materia y el tiempo. Pero, como advierte Abramson (2017), esa misma lógica contenía el germen de su propio desgaste: “el valor de la arquitectura era financieramente cuantificable [...] lo nuevo superaría a lo viejo inadaptable, haciéndolo merecedor únicamente de la demolición” (p. 20). La verticalidad, que se había consolidado como emblema de la modernidad, también profundizaba la temporalidad efímera del capitalismo urbano. En la medida en que cada edificio representaba un ideal de progreso, también anticipaba su obsolescencia. Así, la altura se volvió tanto una afirmación de poder como una metáfora de la fragilidad moderna, donde el ascenso permanente implicaba la condena al reemplazo.

(Img 13)Avenida Michiga 1900


(Img 14)fue demolido apenas 13 años después para dar paso a otra torre más rentable. Destaca precisamente por haber sido un ejemplo de la lógica que se mencionaba

(Img 15)Un nuevo código de construcción que permitía mayores alturas en los edificios entró en vigor en abril de 1923, y Hood añadió cuatro pisos al diseño
En conjunto, la multiplicación de torres y la renovación constante del centro urbano transformaron a Chicago en el primer laboratorio cultural de la ciudad moderna. Su horizonte, visible desde el Lago Michigan, se convirtió en un ícono reconocible de la potencia industrial y cultural norteamericana, y en un modelo para las metrópolis del siglo XX. Leslie (2013) sintetiza esta transformación al afirmar que la ciudad “articuló un nuevo equilibrio entre tecnología, capital y representación” (p. xii), consolidándose como el epicentro donde la técnica se volvió cultura. Chicago dejó de ser un campo de experimentación para convertirse en el emblema de la modernidad urbana, una ciudad que hizo del espacio vertical el reflejo tangible de su tiempo.

(Img 16)Chicago Skyline desde el Lago Michigan (1907) La mirada desde el lago captura la dimensión simbólica del progreso: el horizonte como emblema de modernidad, pero también como registro continuo de reemplazos
CONCLUSIÓN
Al analizar el proceso de modernización arquitectónica en Chicago comprendemos que el surgimiento del rascacielos no puede entenderse solo como una consecuencia técnica o económica, sino como una expresión cultural de su tiempo. La ciudad, en su reconstrucción después del incendio, no solo buscó eficiencia o crecimiento, buscó representarse a sí misma como una sociedad capaz de elevarse, de dominar la materia y de transformar el espacio en un símbolo de progreso.
Esa nueva arquitectura no respondió únicamente a la especulación del suelo ni a la lógica del mercado, sino que dio forma a una identidad urbana moderna, visible en su horizonte vertical. La altura se convirtió en lenguaje, y la ciudad en un escenario donde cada edificio hablaba de un ideal colectivo. En esa imagen del horizonte, Chicago no solo construyó torres, construyó una manera de pensarse culturalmente, de proyectar hacia el cielo las aspiraciones, los valores y las contradicciones de la modernidad.
Podemos llegar a la reflexión de que la arquitectura moderna fue tanto un acto de creación como de representación. Los rascacielos fueron símbolos de poder, de innovación y de confianza, pero también metáforas de la fragilidad de lo moderno: estructuras que, al buscar trascender el tiempo, se volvieron parte de un ciclo incesante de reemplazo y obsolescencia. La ciudad que se eleva hacia el futuro lo hace sobre sus propias ruinas, y en esa tensión entre permanencia y cambio reside la verdadera esencia de la modernidad.
Al mismo tiempo, entendimos que esa verticalidad transformó la experiencia cotidiana del habitar. La mirada desde las alturas, el reflejo del cielo en las fachadas de vidrio y el vértigo que impone la escala del rascacielos redefinieron la relación entre el individuo y la ciudad. El espacio urbano dejó de experimentarse solo a nivel de la calle: se volvió tridimensional, dinámico, atravesado por nuevas percepciones de luz, velocidad y perspectiva. En ese sentido, la arquitectura moderna no solo cambió la forma de construir, sino también la forma de ver y sentir la ciudad.
Detrás de cada decisión arquitectónica hay una visión de mundo, una manera de entender el tiempo, la historia y la memoria colectiva. Chicago encarnó esa visión, una ciudad que se pensó a sí misma como símbolo del progreso, pero que a la vez asumió el costo de esa modernidad, marcada por la constante renovación y la pérdida. La arquitectura se convirtió así en un espejo de la condición humana, siempre en búsqueda de permanencia, aun sabiendo que toda obra está destinada a transformarse.
Reflexionar sobre este proceso nos permite mirar la arquitectura desde otro lugar. Comprendimos que no se trata solo de analizar materiales, estilos o técnicas, sino de interpretar los discursos culturales que habitan en cada edificio. Cada torre, cada línea del horizonte, es testimonio de una época y de una intención colectiva. En el caso de Chicago, la modernidad se hizo visible en su perfil vertical, un paisaje que representa la técnica y también el relato de una sociedad que aprendió a reconocerse a través de sus construcciones.